Por qué 'Dunkerque' puede ser la mejor película de guerra de la historia
La recreación de Christopher Nolan de la crucial batalla británica es maravillosa, estimulante y una obra maestra absolutaPor Peter Travers | Rolling Stones
Del primer al último cuadro, Dunkerque, de Christopher Nolan, es un logro monumental, una épica sobre la Segunda Guerra Mundial con un espectáculo visual impactante (si podés, mirala en un IMAX) que te pega como un balazo en el corazón. Confiá en que este virtuoso director de cine, en la cima de sus poderes, puede abrir nuevos caminos mientras rompe todas las reglas -¿qué otro director podría hacer una película triunfante sobre una derrota tan apabullante de los Aliados?
El año es 1940, y los Yanks todavía no entraron en la contienda. Hay 400.000 soldados británicos, franceses, canadienses y belgas atrapados en las costas de un pueblito francés llamado Dunkerque, todos esperando ser evacuados antes de que los eliminen las fuerzas de Hitler por tierra, mar y aire. Las tropas aliadas son presa fácil, atrapadas en una tensión que el director vuelve palpable en la pantalla hasta que se te hace un nudo en la garganta. Es una ironía brutal que el Canal de la Mancha, una porción de agua de unos 40 kilómetros, esté tan cerca que, si entornan los ojos, los británicos pueden ver su país. Pero el agua es demasiado baja para barcos grandes de rescate; sólo pueden entrar yates privados y embarcaciones pequeñas. Se necesita un milagro, bajo la forma de una mini-armada liderada por civiles. Y un milagro es lo que reciben.
Aparte del primer largo de Nolan, Following, Dunkerque -de unos cautivadores 106 minutos de duración- es la entrada más breve en el catálogo del realizador. Lo que el guionista y director hizo acá, además de llevar los diálogos a su mínima expresión, es deshacerse de la historia previa, y empezar con la persecución. Arrancamos en medio de la batalla, en las playas, sintiendo lo que sienten estos jóvenes soldados mientras le hacen frente a la muerte que los merodea, y arrebatos súbitos de un terror que hace temblar los huesos. La urgencia te deja sin aliento. Y si pensabas que Nolan se hacía el gracioso con el tiempo y el espacio en Memento e Inception, esperá a ver los saltos lineales que hace en esta película, para que el público pueda ver el mismo acontecimiento desde perspectivas conectadas a lo largo de una hora, un día, una semana.
El novato Fionn Whitehead está excelente en el papel de Tommy, el soldado universal de la película, y la representación de todos los tiernos reclutas varados en esa playa. Se le suman dos soldados más, Gibson (Aneurin Barnard) y Alex (Harry Styles, en un papel pequeño con una gracia sutil y cero alardes de pop star). Quieren llegar a "la mole", un muelle donde unos barcos esperan órdenes del Comandante Bolton (Kenneth Branagh) y el Coronel Winnant (James D'Arcy). Tommy tiene el plan de intentar acceder a un barco hospital. Naturalmente, todo lo que puede salir mal sale mal. Nolan nunca nos muestra al enemigo; hace que los nazis sean tan abstractos y repentinamente letales como lo son para los hombres en la playa.
Mientras tanto, en el aire, hay aviones Spitfire con la tarea de cubrir la playa y derribar bombarderos Luftwaffe. Dunkerque se enfoca sobre todo en Farrier, un piloto de Spitfire de la Royal Air Force representado por Tom Hardy, y cuyo rostro se esconde mayormente tras una máscara (hay toques de Bane), pero cuyo comportamiento cuenta una historia completamente diferente. Las secuencias aéreas no son como nada que hayas visto, y en ellas Nolan eleva las cámaras hasta la cabina de mando, y luego hacia el cielo, sin usar pantallas verdes ni falsos efectos digitales. Estás ahí, en medio de estos combates vertiginosos, y la experiencia es tan aterradora como excitante.
En el mar vemos a Dawson, representado por el ganador del Oscar Mark Rylance, maniobrar su propio yate, el Moonstone, a lo largo del Canal, con ayuda de su hijo (Tom Glynn-Carney) y un muchacho local (Barry Keoghan), deseoso de sumarse a la batalla. La tripulación suma a un soldado tembloroso (el excelente Cillian Murphy), cuya nave ha sido destruida por un torpedo y cuyos ojos reflejan un horror que él no puede articular. El elenco es confiable y excelente, pero esta no es una película que necesite, ni anime, gestos estelares; es un gran despliegue de actuación colectiva y desinteresada.
Que es exactamente como debe ser. La película de Nolan es, sobre todo, una celebración del heroísmo comunitario: el "espíritu Dunkerque" que les permitía a estos soldados, más allá de las enormes bajas, pelear un día más. Como diría más tarde el Primer Ministro británico Winston Churchill: "Las guerras no se ganan evacuando". Si Hitler hubiera continuado con las batallas en las playas y forzado una rendición, estaríamos todos viviendo una versión real de The Man in the High Castle.
De modo que es imposible exagerar la importancia de esta batalla, especialmente para la gente de Gran Bretaña. Para los de afuera, especialmente acá, en la América de Trump, su significatividad se puede perder de vista -o incluso puede pasar por spoiler-. Nolan cambió todo eso con una película que se dirige a soldados y civiles trabajando juntos para forjar un vínculo a partir del sufrimiento. Aunque la película respira acción y un suspenso al nivel de Hitchcock, los momentos íntimos son igualmente desgarradores. Al contrario que en la ferocidad prohibida para menores de la invasión a Normandía de Rescatando al soldado Ryan, de Spielberg, el realizador elige un abordaje PG-13 que escribe la historia en los rostros de aquellos que están en medio de los acontecimientos.
Y en su intento de registrar la historia en la pantalla de manera realista, Nolan rechaza trucos de computadoras, y se inclina por efectos prácticos, usando miles de extras y cualquier barco o avión que pudiera encontrar de aquella época. El impacto es incalculable e indeleble. Felicitaciones al talentoso director de fotografía Hoyte van Hoytema, al editor Lee Smith, al compositor Hans Zimmer (escuchen el tictac de su banda de sonido) y un paisaje sonoro de otro nivel, que sostiene un ritmo precipitado sin perder de vista a los personajes. Esta no es una película sobre la política o las figuras más importantes de la época (se escucha un discurso de Churchill, pero sólo porque lo lee un soldado). De hecho, Nolan dice que no es una película de guerra para nada, sino una historia de supervivencia. Buen punto. Pero hay poca duda de que, sin sentimentalidad ni santurronería, llevó al género al nivel de arte. Dunkerque es un hito, con la fuerza resonante de un clásico duradero de la pantalla grande. Empezó oficialmente la carrera por el Oscar a la Mejor Película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario